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Siempre supimos que este planeta es un monstruo. Y un monstruo hembra. Diosa madre, paridora, atravesada por la historia de la Galaxia, almorzada por sus hijos, fecundada por el semen de los meteoritos. Y como toda hembra, con un destino extraño y distante da vueltas sin decidirse y se viste de eras y se desviste de especies y se convierte en desierto.Este mundo es hembra. Lo que toque o huela, hasta yo mismo. Los colectivos, las veredas, el agua de la canilla. Las palabras con que digo, todo es hembra.Y es en el cuerpo de la mujer donde explota este milenio. Vibra en la vida que se viene con cada una. Vende, acusa, seduce, desea, enseña. En cada centímetro tiene escrita la historia de nuestra especie.Aún así, nadie dice lo que ya sabemos.Guadalupe Plaza pone el cuerpo entonces. Y logra una mirada iluminada en medio de tanta imagen.Primero se expone en el paisaje y su luz, recorre espacios que le quedan como un ropaje. Se mezcla, se unta. Parece una sacerdotisa, un espíritu en el cerro. Hay un movimiento constante y en el centro está Guadalupe; danzando. La que mira y la que es mirada.

¿Dónde quedó la frontera entre una fotografía y el inconsciente planetario? Es extraña la materia que Plaza elige. Ahí están dispersas las claves de su obra, a las que separa con una sensibilidad visual que va trazando un estilo propio.Hay un recorrido, una biografía en la serie presentada que propone una experiencia a quien la enfrenta. Nos dice: debemos sumarnos a la coreografía, ser observadores y observados, con los pies concientes de esta danza general.

Daniel Sagárnaga

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